El mundo del rock está de luto: Ozzy Osbourne, uno de los pilares fundamentales del heavy metal, falleció este lunes a los 76 años. Su nombre, sinónimo de provocación, talento crudo y autenticidad, marcó una era que cambió para siempre la historia de la música.
En Argentina, donde el heavy tiene raíces tan profundas como el tango, la noticia sacudió a generaciones enteras. Desde los años 80, su voz gutural y su figura oscura pero magnética acompañaron a miles de fans que encontraban en su música algo más que ruido: una identidad, una forma de vida. No hay metalero argentino que no haya coreado “Crazy Train” o “Mr. Crowley” alguna vez con el puño en alto.
Ozzy nunca tocó en nuestro país, pero su influencia está en todas partes: en los vinilos de coleccionistas, en las remeras negras que todavía pueblan las calles, en las bandas locales que lo citan como padre fundacional del género. Black Sabbath y su legado fueron la base de todo: de V8 a Almafuerte, de Hermética a Malón, todos le deben algo a ese rugido que llegó desde Birmingham.
En sus últimos años, Osbourne batalló contra el Parkinson y otras afecciones físicas, pero nunca dejó de ser Ozzy. Su última presentación, a comienzos de julio en el Reino Unido, fue una postal conmovedora: débil en cuerpo, pero indomable en espíritu.
Con su muerte, no solo se va un artista: se va un mito viviente. Pero como todo mito, no desaparece: se transforma en leyenda. En los parlantes de una combi que va a un recital en Morón, en un tatuaje de joven fanático en Lanús, o en una radio a medianoche que pasa Sabbath con voz temblorosa: Ozzy sigue ahí.
Hoy el metal está de duelo, pero no en silencio. Porque si algo enseñó Ozzy Osbourne es que el ruido también puede ser libertad.